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jueves, 25 de diciembre de 2014

RITOS Y SIGNIFICADO DE LOS PRINCIPALES SÍMBOLOS NAVIDEÑOS (I)



De nuevo vuelve la Navidad, época de consumo exagerado y de celebraciones a veces forzadas. Pero más allá de esta visión tan materialista y prostituida de esta etapa del calendario, la Navidad representa la llegada y la irradiación, cada día un poco más, de la luz del sol sobre nuestra vida. Es decir, vuelve la conciencia, el día hace retroceder sus límites y la noche acorta su horario. La llegada del solsticio de invierno se festejaba en todas las culturas occidentales, pues todas ellas tienen un origen económico, y esta etapa supone claramente un hito en el calendario agrícola. Más sol para la cosecha. Es ahí donde nacen parte de los símbolos navideños que hoy conocemos, por ejemplo, el árbol de Navidad, cuya función primitiva era bastante curiosa. Cierto es que se pierden en la noche de los tiempos el origen de muchos símbolos y ritos navideños, pero hoy explicaremos el significado y función de los más importantes. La mayoría de ellos son motivos de decoración que pueden adquirir un sesgo distinto si los vemos tal y como genuinamente fueron concebidos.


El nacimiento de Jesús no se fijó el 25 de diciembre hasta bien entrado el s. IV: En el mundo pagano, siempre se celebró el solsticio de diciembre como fecha del nacimiento de todo tipo de dioses con reminiscencias solares (de origen sobrenatural, de madre virgen, nacidos entre animales y de poderes prodigiosos y que mueren al llegar a la edad adulta como chivo expiatorio). Tal es el caso de los dioses Mitra, Dionisios, Osiris o Adonis. Es decir, el hueco en el calendario ya estaba ocupado. Los primeros cristianos y hasta bien entrado el s II, no se tenía en cuenta el nacimiento de Jesús, pues se consideraba irrelevante, y únicamente se celebraba la Pascua. De hecho, parte de las iglesias orientales, y llevando a cabo un mal cálculo a partir de la descripción del clima que acompañó al nacimiento del Mesías según el evangelio de Lucas, se consideró que la fecha de nacimiento de Jesús fue el 6 de enero. No fue hasta la llegada del pontificado del papa Liberio en el s. IV que se fijó el 24 de diciembre por la noche como momento del nacimiento de Jesús. En este día se celebraba en el mundo romano el día del Solis Invictis, reminiscencia clara de la festividad dedicada a antiguos dioses paganos de características crísticas como los que hemos citado arriba. Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él. La iglesia no pudo erradicar del acervo popular ese festejo, y emplazó el nacimiento de su dios en la fecha que todavía hoy celebramos.


Los Reyes Magos han variado de número según la historia y Baltasar no fue negro hasta el siglo XVI: En realidad, los evangelios canónicos dicen bien poco sobre estos personajes tan extraños. Tan solo hace referencia a ellos San Mateo: <<Unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el que ha nacido, el Rey de los judíos? Porque hemos visto su estrella en Oriente, y venimos a adorarlo>> Mt 2,2-3 Más adelante, en este mismo evangelio, se recogen los tres clásicos regalos que le ofrendan a Jesús: oro, incienso y mirra, pero en ningún momento se les describe o se aclara cuántos son. Y lo que es más curioso, en ningún momento se dice que fueran reyes. En los evangelios apócrifos de la infancia de Jesús su número varía, llegando a ser hasta 60 según la iglesia copta. La historia del nacimiento de Jesús en una cueva rodeado de animales que le dan calor con su aliento, surgió inspirada en los evangelios apócrifos: En el Pseudo-Mateo se recoge por primera vez la composición tradicional que hoy día podemos ver en cualquier belén, donde nuevamente se hace referencia a la historia de los magos sin aportar nuevos datos. Será en el Evangelio armenio de la infancia de Jesús, texto anterior al s. III, donde por primera se recojan los nombres y cargo de los, por primera vez, tres Reyes Magos: Melcón, que no Melchor, rey de los persas; Gaspar, rey de los indios, y Baltasar, rey de los árabes. Según el texto, llegaron son sus generales y soldados a la humilde cueva, siendo un total de más de 10 mil efectivos. Es en el s. VI donde, en un mosaico en San Apollinare Nuovo, en Rávena, los reyes aparecen representados pictóricamente, siendo los tres de tez blanca y tocados con el gorro frigio.
Será ya, en pleno siglo XVI, cuando la Iglesia convenga, inspirada por estas tradiciones apócrifas, repartir el mundo conocido entre estos tres magos, y darle a Baltasar el color oscuro de su piel. Representaría así a África. Gaspar, de pelo rubio y lampiño sería el baluarte de los semitas y Melchor de los europeos.
No se comenzó a montar el Belén hasta el s. XIII: Fue Carlos III quien introdujo en España en el s. XVIII esta tradición napolitana. Ya hemos visto que esta iconografía arranca de los relatos no oficiales de la infancia de Jesús, y fue san Francisco de Asís quien, con permiso del Papa Honorio III en la Navidad de 1223, montó por primera vez un nacimiento. Se inspiró en un viaje que el santo hizo poco ante de su muerte a Belén, y quedó maravillado de la perfomance y de la liturgia con la que los lugareños celebraban la Navidad. Seguramente nunca hubiera sospechado el éxito que su aporte tendría en la Toscana primero y en el resto del mundo cristiano después.


El origen del árbol de Navidad: todas las culturas paganas han tenido un tótem representado en algún árbol, y en Europa, antes de la llegada de la iglesia, este elemento de poder fue el roble. Es árbol, en los primeros pueblos europeos, jugó un papel más que importante tanto para la agricultura como para la ganadería. Conjuga todas las cualidades de elemento de abrigo y protección que todo pueblo desearía. El roble estuvo asociado a los dioses Júpiter y Zeus, así como a Hércules y Thor. En la noche de los tiempos, los habitantes de los pueblos elegían un árbol como aliado mágico, al que ofrendaban toda clase de regalos, pidiendo por sus cosechas y por su protección personal y familiar. Cuando llegaba el otoño y las hojas de los robles comenzaban a caer, se pensaba que el genio que habita el árbol se había marchado, y se trataba de invocar de nuevo su vuelta decorándolo y adornándolo para hacerlo de nuevo atractivo al espíritu que lo había abandonado. Es decir, se buscaba propiciar la vuelta del bueno tiempo y de la primavera, de la vida en general, y de ahí nacen nuestros árboles de navidad. Con la llegada del imperio ideológico cristiano, se sustituyó el roble por el abeto, que, por su forma triangular, se consideró más cercano al dogma de la Santísima Trinidad que su pagano antecesor.
Más allá de todo rito carente de significado de tan mecánico como se ha vuelto, la Navidad ha de ser un momento en el que detengamos nuestra reflexión continua y nos paremos, dejemos de pensar y comencemos a sentir. Qué tópico tan manido aquel que dice que la Navidad ha de durar todo el año, o que su espíritu no se ha de limitar a estas fechas. El verdadero origen de todos estos ritos pretendía devolver al hombre su contacto con la naturaleza, con el espíritu genuino que hay en cada uno de nosotros. Era una reconexión básica que nos transportaba más allá del reloj y del asfalto. No tiene mucho sentido que se celebre la Navidad hoy día cuando los parques donde los niños juegan están cubiertos de caucho. Hemos salido del mundo mágico para ingresar sin remedio y sin quererlo en el mundo de hormigón.
Que la Navidad nos sirva a todos para volver a nuestro estado natural, más allá de todo rito o dogma.
Que la luz que poco a poco va a comenzar a inundar nuestros días nos inunde a todos en estos días y en los que siguen.
Fuente: Plano sin fin
Luis Miguel Andrés es profesor de filosofía y consultor personal

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